Formación e innovación, indispensables en la construcción de un futuro más justo y equitativo
Marta Lesmes, Vicedecana de Educación e Innovación Educativa de la Universidad Europea
El contexto actual demanda la construcción de sociedades más justas, sostenibles y equitativas. De allí la importancia de la celebración del Día Mundial de la Educación, el 24 de enero, una fecha determinante en la reflexión sobre el papel fundamental que desempeñan la educación, la formación y la innovación en esta tarea.
Esta jornada nos invita trascender el reconocer el impacto transformador de estos tres elementos en el desarrollo humano y social, para, además, renovar el compromiso con el acceso universal a una educación que sea de calidad para todos los individuos, sin importar su origen, género, o situación económica.
La educación no solo es un derecho humano fundamental, sino también la piedra angular para el desarrollo personal y colectivo. Desde una edad temprana, la educación le proporciona a la niñez las herramientas que necesita para comprender el mundo que los rodea, además de desarrollar habilidades cognitivas y emocionales, y también a participar de manera activa en su comunidad.
A lo largo de la vida, la educación permite a los individuos mejorar su bienestar, acceder a mejores oportunidades laborales y contribuir a la sociedad. En este sentido, la educación no solo es un vehículo para el crecimiento personal, sino también para la construcción sostenible de sociedades inclusivas y resilientes.
En su libro “Una educación”, la autora y académica Tara Westover, arroja una importantísima reflexión en este sentido. Su obra trasciende la narración de sus vivencias, para, además, plantear cuestiones profundas sobre la educación y la identidad, sumado a la lucha por la autonomía intelectual.
Westover no solo propone la educación como medio de liberación personal y una herramienta para entender la realidad, sino que también pone de manifiesto las limitaciones de la educación formal, que no se deben perder de vista.
La educación no se limita a un proceso estático o limitado a la transmisión de conocimiento. Existen paradigmas educativos tradicionales que ubican al docente como trasmisor de todo saber y al estudiante como un simple receptor pasivo. Pero la realidad apunta, sin que se trate de una idea innovadora, a que el docente es la persona capaz de colocarse en otro lugar, además de ser el facilitador del proceso de enseñanza-aprendizaje y que ubica al estudiante en el centro.
En la actualidad, la educación se ha venido convirtiendo en el debate de moda, sobre el que todos tienen una opinión, y en el que se proponen metodologías rápidas, elásticas, a prueba de todo docente, proponiendo que funcionan con cualquier estudiante. Sin embargo, es en el docente y en el estudiante, sumado a su íntima relación en el aula, donde está la capacidad de generar el cambio real en el sistema educativo que la sociedad necesita.
Al ser los humanos seres sociales, el aprendizaje es emocional porque se trata de las personas, por lo que la educación y sus innovaciones no las pueden perder de vista.
Es cierto que los investigadores y docentes, en un trabajo mancomunado con los estudiantes, pueden potenciar procesos de cambio y transformación desde las universidades, que a su vez nutran las decisiones políticas basadas en evidencia científica sobre lo que funciona realmente en las aulas.
El Día Mundial de la Educación es una fecha que nos recuerda que la importancia de la educación, la formación y la innovación. Tres elementos interconectados que deben trabajarse de forma conjunta para lograr un impacto significativo en la sociedad.
Hablar de un futuro próspero requiere, necesariamente, el garantizar que todas las personas tengan acceso a una educación de calidad, que se fomente la formación continua y que se impulse la innovación en todos los niveles. Un enfoque colaborativo e integral será la puerta a que podamos construir un mundo más justo, equitativo y lleno de oportunidades para toda la gente.