Por ser la neuroeducación ese espacio en el que, además de los procesos del cerebro relacionados con el aprendizaje, también se tiene en cuenta el contexto de cada estudiante, en nuestro país esta ciencia se constituye como una posibilidad real y contundente a la hora de efectuar procesos de enseñanza en los distintos entornos colombianos.
La neuroeducación se entiende, entonces, como la disciplina que estudia y analiza cómo funciona el cerebro mientras ocurren los procesos de aprendizaje y de enseñanza. En ella se combinan las ciencias de la pedagogía y la neurología, acogiendo además los procesos en los que los estímulos se transforman en conocimientos. El fin primordial de esta disciplina es el de mejorar y optimizar la enseñanza y el aprendizaje en las aulas de clase y también en los hogares.
El investigador del grupo neuroinflamación de la Universidad de Lund y profesor de Biología Celular e Histología en la facultad de Medicina de Ciudad Real, Javier Frontiñán, en su charla Educando desde el cerebro apunta, por ejemplo, la relación entre la alimentación y el rendimiento académico, un tema complejo en un país en el que existe una región como La Guajira en la que los niños padecen serios problemas de desnutrición que, en algunas ocasiones, los conducen incluso al fallecimiento.
Sin embargo, más allá de este hecho y otros complejos que suceden en el país, lo cierto es que si, tal como lo afirma Frontiñán, la neuroeducación tiene como uno de sus principales objetivos el de “mejorar los sistemas educativos” con “pequeños cambios que pueden tener consecuencias muy relevantes para las generaciones futuras”, Colombia está en un momento presto para tomar esta herramienta y utilizarla a su favor.
Es así que se abre un campo de acción amplio y nutrido para posibilitar esas transformaciones desde cada contexto particular, teniendo en cuenta, además, que muchos de ellos han vivido de frente la violencia y el exterminio.